miércoles, 11 de noviembre de 2009

LOS NIÑOS DEL APÓTETAS

Me cuesta crear poesía desde la barbaridad.

La falacia que respira el hombre moderno hace que este se colme a veces de muecas malintencionadas. Muecas y gestos que, lejos de ser inocuas y carentes de peligro, exhiben con descaro la contradicción dañosa operada desde algunas tarimas ignorantes: las ocupadas por los que gobiernan, las mostradas desde los pórticos del poder.
En el transcurso de una tarde de asueto en la montaña presencié cómo una pareja de la Guardia Civil prendía a dos hombres cuarentones que estaban cazando. Los esposaron, les requisaron las escopetas y varias cajas de cartuchos de posta y los trasladaron en un Land Rover al cuartelillo del pueblo para practicar las diligencias que requería el asunto. Estaban cazando en tiempo de veda. Cuando les pillaron estaban pegando tiros a una recua de perdices. Las perdices abundan en esa zona, pero estaban en época de cortejos y de incubar los huevos. Tampoco se podían acechar los nidos ni cazar tórtolas. Tampoco ningún tipo de córvidos.
Esto ocurrió hace varios años, pero hoy la normativa es bastante más dura en lo que a cuantía económica de las sanciones se refiere. Hay, incluso, penas de cárcel por según qué delitos llamados ecológicos, contra el medio ambiente en general y contra la fauna en particular.

Hasta hace poco nos parecían espeluznantes algunos fragmentos de la historia de la humanidad. En la antigüedad no era extraña la práctica infanticida. En la Esparta militarizada de antaño, por ejemplo, hasta incluso estaba normalizada. Al nacer un niño este era conducido al Pórtico del templo donde, a la luz del día, un tribunal de ancianos lo examinaba para determinar si era hermoso y bien formado o no. Eran muchas las veces que los padres asumían indolentes el veredicto: ¡Al Taygeto!, ¡Al Taygeto!. Esta era la consigna lóbrega que temían oír las madres en el atrio del templo. Cualquier protuberancia, torcido de ojos, asimetría en las extremidades o en la cara, cualquier lunar torpemente colocado era motivo suficiente para enviar al niño o a la niña al Apótetas, al denominado lugar del abandono. El Apótetas era el fondo de un barranco/sima que se hundía en la tierra al pie del monte Taygeto. Desde la ladera del monte se despeñaba hacia este barranco a los infantes que no alcanzaban el positivo tras la macabra evaluación de los viejos. Los inocentes se convertían entonces en carne de muladar sobre los que volaban las urracas y los buitres negros tanteando el momento propicio para iniciar el festín.

Hay una perversión más dañina que todas las perversiones juntas: la perversión institucionalizada, aquella desviación orquestada desde la esfera del poder, malévolamente justificada por la política de las mayorías que impone la democracia moderna. Si la mitad más uno decide que, en aras de la no sé qué libertad de la mujer, no pasa nada si se trunca el desarrollo de una criatura desde el seno de su madre, pues eso, que no pasa nada, que encima de todo se tilda de retrógrado a quien no acepta esto como una nueva conquista social que ampara el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Cuando este debate se inmiscuye en los entresijos de la militancia política, entonces ya no hay remedio alguno. Los más elementales niveles de conciencia quedan aturdidos y reducidos, inundados por legiones rebosantes de estulticia organizada. Se pone en marcha, a la sazón, la premeditada manipulación del lenguaje. Se pretende que las palabras no signifiquen lo que en realidad significan. Significante y significado pasan a ser puros rehenes de la conveniencia aviesa del poder. ¡Si Ferdinand de Saussure levantara la cabeza!
La confusión que se implanta ante esta desviación lingüística es el caldo de cultivo perfecto para la pérdida de conciencia cabal y la ausencia de identidad de las cosas, de tal forma que, a fuerza de depravaciones editadas y publicadas en Boletines Oficiales, el hombre desnortado tiende a confundir la acción con la expiación, y termina llamando conquista a su propio aniquilamiento.

Por desgracia, habrán de pasar muchos años para que de nuevo se institucionalice el sentido común – procedente sin duda del sentido natural de las cosas-, y se catalogue como barbaridad inicua todas las vueltas que se están dando en las últimas décadas en las democracias occidentales a fin de convencernos de que no pasa nada porque matemos a nuestros hijos potenciales si resulta que el permitirles que se desarrollen y vivan altera en mucho o en poco o en casi nada nuestro stablishment personal.

Una especie de cinismo colectivo hace que estemos llegando a pensar que es bueno regular y normalizar una práctica de esta índole porque de hecho se da. Vasta tarea tendrán a partir de ahora nuestros legisladores para regularizar y normalizar tantas y tantas prácticas y acciones que de hecho se dan: robo, incesto, homicidio, tortura, violación, manipulación psicológica…

Homo homini lupus est. El hombre es un lobo para el hombre. ¿Pero es que nadie se da cuenta? La sangre inocente impetra la urgente toma de conciencia. Los ancianos del Pórtico de Esparta pueden aparecer como benévolos dentro de años cuando la historia los compare con nosotros, con los hombres y mujeres de este tiempo, obstinados en tornar el mundo del revés, obcecados hasta la saciedad en convencernos de que puede ser lícito matarnos entre nosotros por pura comodidad. Más grave aún, si cabe, es la constatación de que legitimamos el feticidio desde la más aborrecible de las actitudes: la cobardía. La cobardía de matar a quien no puede defenderse esgrimida, para más inri, como derecho conseguido, como conquista social.

¿A dónde se han marchado los hados de la belleza y de la vida? ¿Dónde están los poetas que admiraban a Walt Whitman? ¿Qué ha sido del raciovitalismo de Ortega?

A veces me da la impresión de que nuestros consejeros no son otra cosa que tropeles de demonios beodos ávidos por entorpecernos y confundirnos. Y nosotros les hacemos caso, apostados sin pudor en nuestra particular roca Tarpeya, tirando al abismo –a veces previamente triturado- aquello que simplemente nos incomoda o nos estorba, aunque esto sea carne de nuestra propia carne.

Me cuesta crear poesía desde la barbaridad.
José Fuentes Blanc
Caravaca 2009

Darwin visita la Gregoriana

El intento fue mediante un congreso que se celebró del 3 al 7 de Marzo en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma, bajo el patrocinio del P. C. de la Cultura. Se titulaba "Evolución biológica hechos y teorías. Una valoración crítica a los 150 años del "Origen de las especies"". Estaba organizado por la Univ. Gregoriana y por la Univ. de Notre Dame (Indiana), ambas de los Jesuitas, y se realizaba en el marco del tercer encuentro internacional del STOQ (Science, theology and the ontological quest), que es un organismo creado para facilitar el diálogo entre la fe y la ciencia. El presidente de este último organismo era el que controlaba el congreso.El Congreso lo inauguró Mons. G. Ravasi, con unas meditaciones sobre "fides y ratio" y se marchó. Los primeros dos días, los evolucionistas más fervorosos, nos narraron todos los argumentos del evolucionismo, a un nivel muy elemental (de bachiller español). sólo el profesor Werner Arber realizó su ponencia sobre el ADN, a un nivel universitario y puntero.
Los participantes del Congreso eramos en un 30% presbíteros, seminaristas (principalmente legionarios de Cristo) y miembros de institutos religiosos. Otro 30% estudiantes de la Gregoriana y de otras universidades Italianas, y el restante 30% profesores universitarios, entre los que predominaban los filósofos, anque no faltaban teólogos, físicos, antropólogos, bioéticos, cirujanos, matemáticos, químicos y algún paleontólogo. La mayoría abrumadora, católicos, también asistieron algún judio, dos musulmanes, y un número indeterminado pero escaso de ateos.
En el primer turno de preguntas, las dos primeras fueron: ¿Cómo podría usted explicar que un tejido orgánico -con todo su ADN- puesto en cultivo, genere una masa amorfa y no construya un órgano vascularizado e inerviado, si el ADN es el que da la forma a los organismos? y ¿Cómo podemos defender el origen común de los distintos phyllum, si la paleontología no encuentra la multitud de formas intermedias que inevitablemente han tenido que existir?. Estas dos preguntas como muchas posteriores quedaron sin respuesta, y ya en ese momento, el responsable del STOQ tomó el micrófono y dijo claramente que el congreso no era para cuestionar la teoría evolutiva, que la teoría de la evolución era un hecho científico demostrado e inapelable, y que el congreso se estaba realizando para que se produjera un diálogo fructífero entre la ciencia, la filosofía y la teología.
A partir de ese momento, los evolucionistas, más "progres" del mundo anglosajón selecionados por D. Francisco Ayala (el gran paladín del evolucionismo en EE.UU.),comenzaron a descargar sus propuestas, del estilo de: (cito textualmente de las notas que tomé)"Deben ustedes ir pensando en abandonar esos términos de Creador y creación"."Los que viven en la fe, viven en un mundo virtual"."El concepto de alma es un concepto medieval que ya no tiene ningún sentido"."La idea de la libertad es un absurdo, vivimos bajo el imperativo de la química"."A partir de ahora vamos a incluir a todos los primates dentro del género Homo"."El único motivo de que exista la especie humana, es que un día cambió un poco el clima en África"."La única diferencia que existe entre los animales y los hombres es una cuestión de grado"."La teología no es libre porque está atada de pies y manos por los dogmas"."El verdadero organismo vivo, es la Tierra".Cuando vieron que muchos de los participantes se indignaban por algunas de esas afirmaciones, optaron por reducir al mínimo los tiempos de preguntas, e intentar llenarlos preguntándose cosas insignificantes entre ellos y felicitándose. Aún así, siempre se les colaba algún participante, y preguntaba cosas con sentido común, que eran ignoradas sistematicamente, pero que nos permitió ir conectando entre nosotros.Todos esperábamos los últimos días, a las ponencias de filosofía y teología, pero eso casi fue peor, los que hablaron, sólo sabían contar las maravillas, la lucidez y las teorías de Theilard de Chardin. Nadie comentó la censura de sus escritos ni los puntos en los que se desvió de la Sana Doctrina. Sólo fue digna y correcta la ponencia del dominico francés Jean-Michel Maldamé sobre las diversas acepciones de la palabra evolución desde la ciencia, la filosofía y la teología. Porque el único español que hablo, el presbítero Rafael Martínez, lo hizo sobre el tratamiento de la teoría de la evolución en la Iglesia, citó los conocidos comentarios de Juan Pablo II, citó de paso la existencia de la "Humani generis" como si le quemara en la boca, y se esplayó con los libros sobre la evolución sancionados por el Índice, pero lejos de hacer una exposición clara de los puntos críticos, se enredó con explicaciones interiores de cómo funcionaba el procedimiento del Índice para sacar la conclusión de que el Vaticano tiene miedo de volver a repetir con la evolución un segundo caso Galileo.Una mañana, dió una ponencia el Cardenal Georges Cottier sobre "El sentido metafísico de la creación y de la evolución". No dijo una palabra de metafísica, y nos habló de la compatibilidad entre los hechos demostrados por la ciencia y la fe de la Iglesia. Cuando terminó, se marchó, y todo siguió igual, pudimos sufrir con tristeza situaciones como la de un Jesuita que después de glosar a Theilard, recibió la pregunta capciosa de uno de los evolucionistas: "¿Eso que ha dicho usted.... la trascendencia me ha parecido entender, eso es algo empírico, me puede usted explicar qué es la trascendencia?. El Jesuita, con su cleriman y su cruz en la solapa, se lo pensó bien, miró al presidente del STOQ y respondió literalmente: "Yo soy antropólogo, no soy filósofo, no le puedo responder".Supongo que el STOQ y La Gregoriana querían dejar claro que los católicos no somos unos fanáticos como los protestantes norteamericanos, pero lo que han conseguido es abrirles la puerta a esos ideólogos, y darles más alas.Supongo que otras personas lo narrarán de otra manera, pero los tres murcianos que estabamos allí, más de veinte participantes de 14 paises, entre ellos Dina Nerozzi, consultora del P. C. de la Familia, y los legionarios de Cristo, lo vivimos así.El Congreso no nos ha desanimado, sólo nos pone un poco tristes, por ver que apenas se defendió la verdad sobre el hombre, y que salvo los dos Prelados y el padre Maldamé, nadie nombró a Dios ni a su Único Hijo nuestro Señor.
Angel Luís Hurtado Contreras
Semogil 2009
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Etiquetas: Evolución, Filosofía, Teología
viernes 8 de mayo de 2009
LOS NIÑOS DEL APÓTETAS

Me cuesta crear poesía desde la barbaridad.

La falacia que respira el hombre moderno hace que este se colme a veces de muecas malintencionadas. Muecas y gestos que, lejos de ser inocuas y carentes de peligro, exhiben con descaro la contradicción dañosa operada desde algunas tarimas ignorantes: las ocupadas por los que gobiernan, las mostradas desde los pórticos del poder.
En el transcurso de una tarde de asueto en la montaña presencié cómo una pareja de la Guardia Civil prendía a dos hombres cuarentones que estaban cazando. Los esposaron, les requisaron las escopetas y varias cajas de cartuchos de posta y los trasladaron en un Land Rover al cuartelillo del pueblo para practicar las diligencias que requería el asunto. Estaban cazando en tiempo de veda. Cuando les pillaron estaban pegando tiros a una recua de perdices. Las perdices abundan en esa zona, pero estaban en época de cortejos y de incubar los huevos. Tampoco se podían acechar los nidos ni cazar tórtolas. Tampoco ningún tipo de córvidos.
Esto ocurrió hace varios años, pero hoy la normativa es bastante más dura en lo que a cuantía económica de las sanciones se refiere. Hay, incluso, penas de cárcel por según qué delitos llamados ecológicos, contra el medio ambiente en general y contra la fauna en particular.

Hasta hace poco nos parecían espeluznantes algunos fragmentos de la historia de la humanidad. En la antigüedad no era extraña la práctica infanticida. En la Esparta militarizada de antaño, por ejemplo, hasta incluso estaba normalizada. Al nacer un niño este era conducido al Pórtico del templo donde, a la luz del día, un tribunal de ancianos lo examinaba para determinar si era hermoso y bien formado o no. Eran muchas las veces que los padres asumían indolentes el veredicto: ¡Al Taygeto!, ¡Al Taygeto!. Esta era la consigna lóbrega que temían oír las madres en el atrio del templo. Cualquier protuberancia, torcido de ojos, asimetría en las extremidades o en la cara, cualquier lunar torpemente colocado era motivo suficiente para enviar al niño o a la niña al Apótetas, al denominado lugar del abandono. El Apótetas era el fondo de un barranco/sima que se hundía en la tierra al pie del monte Taygeto. Desde la ladera del monte se despeñaba hacia este barranco a los infantes que no alcanzaban el positivo tras la macabra evaluación de los viejos. Los inocentes se convertían entonces en carne de muladar sobre los que volaban las urracas y los buitres negros tanteando el momento propicio para iniciar el festín.

Hay una perversión más dañina que todas las perversiones juntas: la perversión institucionalizada, aquella desviación orquestada desde la esfera del poder, malévolamente justificada por la política de las mayorías que impone la democracia moderna. Si la mitad más uno decide que, en aras de la no sé qué libertad de la mujer, no pasa nada si se trunca el desarrollo de una criatura desde el seno de su madre, pues eso, que no pasa nada, que encima de todo se tilda de retrógrado a quien no acepta esto como una nueva conquista social que ampara el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Cuando este debate se inmiscuye en los entresijos de la militancia política, entonces ya no hay remedio alguno. Los más elementales niveles de conciencia quedan aturdidos y reducidos, inundados por legiones rebosantes de estulticia organizada. Se pone en marcha, a la sazón, la premeditada manipulación del lenguaje. Se pretende que las palabras no signifiquen lo que en realidad significan. Significante y significado pasan a ser puros rehenes de la conveniencia aviesa del poder. ¡Si Ferdinand de Saussure levantara la cabeza!
La confusión que se implanta ante esta desviación lingüística es el caldo de cultivo perfecto para la pérdida de conciencia cabal y la ausencia de identidad de las cosas, de tal forma que, a fuerza de depravaciones editadas y publicadas en Boletines Oficiales, el hombre desnortado tiende a confundir la acción con la expiación, y termina llamando conquista a su propio aniquilamiento.

Por desgracia, habrán de pasar muchos años para que de nuevo se institucionalice el sentido común – procedente sin duda del sentido natural de las cosas-, y se catalogue como barbaridad inicua todas las vueltas que se están dando en las últimas décadas en las democracias occidentales a fin de convencernos de que no pasa nada porque matemos a nuestros hijos potenciales si resulta que el permitirles que se desarrollen y vivan altera en mucho o en poco o en casi nada nuestro stablishment personal.

Una especie de cinismo colectivo hace que estemos llegando a pensar que es bueno regular y normalizar una práctica de esta índole porque de hecho se da. Vasta tarea tendrán a partir de ahora nuestros legisladores para regularizar y normalizar tantas y tantas prácticas y acciones que de hecho se dan: robo, incesto, homicidio, tortura, violación, manipulación psicológica…

Homo homini lupus est. El hombre es un lobo para el hombre. ¿Pero es que nadie se da cuenta? La sangre inocente impetra la urgente toma de conciencia. Los ancianos del Pórtico de Esparta pueden aparecer como benévolos dentro de años cuando la historia los compare con nosotros, con los hombres y mujeres de este tiempo, obstinados en tornar el mundo del revés, obcecados hasta la saciedad en convencernos de que puede ser lícito matarnos entre nosotros por pura comodidad. Más grave aún, si cabe, es la constatación de que legitimamos el feticidio desde la más aborrecible de las actitudes: la cobardía. La cobardía de matar a quien no puede defenderse esgrimida, para más inri, como derecho conseguido, como conquista social.

¿A dónde se han marchado los hados de la belleza y de la vida? ¿Dónde están los poetas que admiraban a Walt Whitman? ¿Qué ha sido del raciovitalismo de Ortega?

A veces me da la impresión de que nuestros consejeros no son otra cosa que tropeles de demonios beodos ávidos por entorpecernos y confundirnos. Y nosotros les hacemos caso, apostados sin pudor en nuestra particular roca Tarpeya, tirando al abismo –a veces previamente triturado- aquello que simplemente nos incomoda o nos estorba, aunque esto sea carne de nuestra propia carne.

Me cuesta crear poesía desde la barbaridad.
José Fuentes Blanc
Caravaca 2009
Publicado por Antonio Sánchez Rodríguez en 6:03 0 comentarios
Etiquetas: Decadencia, Derecho a la vida
lunes 19 de enero de 2009
LA CULTURA DE LA MUERTE
Mons. Munilla obispo de Palencia, nos cuenta como la cultura de la muerte se disfraza de tolerancia y libertad

LA ESTABILIDAD DEL MUNDO EL PRINCIPIO DEL ACTUALISMO

Este es un principio básico en todas las ciencias y también en la vida cotidiana.
El principio podría enunciarse así: Observando lo que sucede en la actualidad, podemos deducir por analogía lo que sucedió en el pasado.
Este principio se usa cotidianamente en geología, por ejemplo, observamos, cómo en la actualidad, las olas amontonan la arena en la playa con una estructura muy concreta, vemos que entre los granos de arena, hay conchas de bivalvos, de gasterópodos y restos de alguna ostra. Estas observaciones que hemos realizado, nos permiten afirmar con bastante certeza que un paquete de arenas de una época geológica pasada, amontonada con la misma estructura, y con fósiles de bivalvos, gasterópodos y ostras, se sedimentó en una antigua playa de unas condiciones geográficas y climáticas semejantes a la que hemos observado en la actualidad.
Este principio usado cotidianamente, aún sin conocerlo, permite todas las investigaciones policiales y muchas de las investigaciones científicas, pero implica inevitablemente una cierta estabilidad del mundo, que permite adquirir conocimientos gracias a la experiencia. Esta experiencia puede ser previa o posterior. ¿Cuántas veces al observar algo ha entendido claramente un suceso del pasado?, diciendo o pensando: “¡Ah!, así que esto fue lo que pasó”.
Se puede uno imaginar un mundo inestable: si ponemos la sartén en el fuego con aceite, y le echamos un huevo de gallina, no sabemos qué saldrá, si un escalope de ternera, una trucha a la plancha, o una fuente de profiteroles. Si su médico le receta una vacuna, no sabemos si le va a servir para la viruela, el sarampión, el cólera o la gripe. Si gira la llave del arranque de su coche, no sabemos si el motor se pondrá en funcionamiento, si el asiento se echará para atrás, o se caerá la puerta al suelo.
Es precisamente la estabilidad del mundo, la que nos permite aprender y relacionarnos y ha hecho posible que levantemos esta civilización.
En la actualidad hay dos teorías “científicas” que nos impelen con insistencia a creer en la inestabilidad del mundo: la teoría de la evolución y la teoría de la relatividad.
Su argumento principal es que aunque el mundo nos parezca estable, eso es una ilusión debida a la corta duración de nuestra vida comparada con la de las edades geológicas, o con la del Universo.
Se pretende que aceptemos como científico algo que sobrepasa con creces la objetividad propia de las ciencias empíricas, que ha de permitir realizar experimentos para su verificación. Todos sabemos que los gatos paren gatos, de los huevos de pata, nacen patos, y que si plantamos una castaña, crecerá un castaño; está es nuestra experiencia de la estabilidad del mundo.
Pero nos dicen que es un hecho científico comprobado que ha sucedido millones de veces a lo largo de la historia de la tierra, que un ser de una especie engendre un descendiente de otra especie distinta.
Si nos pidieran que creyésemos que los elefantes vuelan, pensaríamos que nos toman por tontos, y nos piden que creamos en la inestabilidad del mundo, algo que contradice nuestra percepción de la realidad y asentimos sin más.
Este es un principio básico en todas las ciencias y también en la vida cotidiana.
El principio podría enunciarse así: Observando lo que sucede en la actualidad, podemos deducir por analogía lo que sucedió en el pasado.
Este principio se usa cotidianamente en geología, por ejemplo, observamos, cómo en la actualidad, las olas amontonan la arena en la playa con una estructura muy concreta, vemos que entre los granos de arena, hay conchas de bivalvos, de gasterópodos y restos de alguna ostra. Estas observaciones que hemos realizado, nos permiten afirmar con bastante certeza que un paquete de arenas de una época geológica pasada, amontonada con la misma estructura, y con fósiles de bivalvos, gasterópodos y ostras, se sedimentó en una antigua playa de unas condiciones geográficas y climáticas semejantes a la que hemos observado en la actualidad.
Este principio usado cotidianamente, aún sin conocerlo, permite todas las investigaciones policiales y muchas de las investigaciones científicas, pero implica inevitablemente una cierta estabilidad del mundo, que permite adquirir conocimientos gracias a la experiencia. Esta experiencia puede ser previa o posterior. ¿Cuántas veces al observar algo ha entendido claramente un suceso del pasado?, diciendo o pensando: “¡Ah!, así que esto fue lo que pasó”.
Se puede uno imaginar un mundo inestable: si ponemos la sartén en el fuego con aceite, y le echamos un huevo de gallina, no sabemos qué saldrá, si un escalope de ternera, una trucha a la plancha, o una fuente de profiteroles. Si su médico le receta una vacuna, no sabemos si le va a servir para la viruela, el sarampión, el cólera o la gripe. Si gira la llave del arranque de su coche, no sabemos si el motor se pondrá en funcionamiento, si el asiento se echará para atrás, o se caerá la puerta al suelo.
Es precisamente la estabilidad del mundo, la que nos permite aprender y relacionarnos y ha hecho posible que levantemos esta civilización.
En la actualidad hay dos teorías “científicas” que nos impelen con insistencia a creer en la inestabilidad del mundo: la teoría de la evolución y la teoría de la relatividad.
Su argumento principal es que aunque el mundo nos parezca estable, eso es una ilusión debida a la corta duración de nuestra vida comparada con la de las edades geológicas, o con la del Universo.
Se pretende que aceptemos como científico algo que sobrepasa con creces la objetividad propia de las ciencias empíricas, que ha de permitir realizar experimentos para su verificación. Todos sabemos que los gatos paren gatos, de los huevos de pata, nacen patos, y que si plantamos una castaña, crecerá un castaño; está es nuestra experiencia de la estabilidad del mundo.
Pero nos dicen que es un hecho científico comprobado que ha sucedido millones de veces a lo largo de la historia de la tierra, que un ser de una especie engendre un descendiente de otra especie distinta.
Si nos pidieran que creyésemos que los elefantes vuelan, pensaríamos que nos toman por tontos, y nos piden que creamos en la inestabilidad del mundo, algo que contradice nuestra percepción de la realidad y asentimos sin más.

martes, 1 de septiembre de 2009

¿Qué somos realmente?



Si no somos nuestro cuerpo y no somos nuestra mente, ¿qué somos realmente?
Conciencia. Somos capaces de imaginarnos sin cuerpo: mientras soñamos somos nosotros aunque el cuerpo que soñemos que tenemos es otro y, por otra parte, ya sabemos que nosotros no cambiamos aunque cambie nuestro cuerpo. También hemos visto que nuestra mente (nuestros hábitos y deseos) cambia sin que nosotros cambiemos . Pero si nos tratamos de imaginarnos con otra conciencia ya dejamos de ser nosotros. Imagináoslo. La conciencia es indivisible, es blanca o negra, es decir, o hay conciencia o no la hay pero no podemos imaginarnos con más o menos conciencia, es indivisible.
Ahora que alguien me diga cómo se puede destruir algo que no está sujeto a cambios ya que no es material ni mental..

QUI EST VERITAS

QUI EST VERITAS! UN LUGAR PARA RESOLVER AQUELLAS DUDAS DE TEMAS QUE VAN EN CONTRA DE LA VIDA!!